Hay una herida ancestral que nos abarca a todos, desde tiempos inmemorables han intentado separarnos, distinguirnos y ahogarnos.
El desafío que sucede durante el viaje de la vida, es lo que nos lleva a un lugar donde estamos desconectados de lo sagrado de nuestro ser.
Durante años he trabajado con el sagrado femenino, sintiendo en mis propias carnes el lugar que nos han echo tomar a las mujeres en esta sociedad, reivindicando nuestra posición como seres divinos.
Nunca terminamos de aprender, la vida nos va llevando a su antojo hasta el siguiente aprendizaje una y otra vez, la vida nos juega a través de la consciencia para, si queremos, poder ver.
Podríamos hablar de “masculinidad tóxica” pero si no sabemos que necesitamos sanar, de qué debemos desintoxicarnos a donde debemos ir, entonces solo estamos en mitad de un limbo.
Cuando sentí la masculinidad sagrada entendí el proceso que también mis hermanos han tenido que vivir en su camino, realmente es comprender esa premisa interconectada.
Dejamos de confiar en los hombres, los cargamos con una serie de patrones que se han ido imponiendo. Y no es que no tengan esas características, las tienen.
Cargan con esas heridas y con esas enseñanzas falsas.
¿Cuándo tienen los hombres un espacio, un tiempo, un lugar, para curar sus heridas, para poder recuperarse, destapar y descubrir nuevamente lo sagrado de quienes realmente son? Esta es la brecha desde donde debes observar.
Yo honro al sagrado masculino, curo mis heridas con mis hermanos por que entiendo que a todos nos han llevado hasta esta desconexión inmensa de nuestro ser sagrado. Honro al hombre que da el paso de sanarse, de lamer sus heridas para seguir adelante, para curarnos a nosotras también. En esta gran red que nos une a todos, solo salvándonos a nosotros mismos podremos salvar al resto y darle al humano el lugar sagrado que merece en este mundo.
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